Andreu Alfaro ha pasado a la historia como uno de los escultores que con mayor decisión, coherencia y brillantez trabajó en la recuperación de la tradición del arte moderno en España después de la Guerra Civil. Su camino comenzó con una exploración de las posibilidades abiertas por el constructivismo. Su estrategia le condujo a una escultura dominada por la ocupación del espacio siempre basada en el dibujo. En los años sesenta,  este dio como resultado imágenes lineales, realizadas con hierros y planchas recortadas, y luego vinieron composiciones modulares de aspecto abstracto pero de trasfondo alusivo a imágenes difusamente preexistentes, tanto naturales como geométricas. Alfaro ya demostraba por entonces su interés por una escultura rigurosa (formalmente responsable con las exigencias del medio y los materiales), pero también comunicativa (capaz de transmitir ideas y contenidos de experiencia humana, histórica y política).

Durante los años setenta se dedicó sobre todo al desarrollo de las llamadas generatrices: estructuras consistentes en una sucesión de varillas o barras de procedencia industrial, dispuestas en función de una directriz geométrica, dando lugar a formas sorprendentes, en ocasiones remitentes a representaciones figurativas o metafóricas. Con las generatrices, gracias a su economía de medios, su carácter espectacular y sus connotaciones eventualmente simbólicas, Alfaro consolidó su dimensión como escultor para el ámbito público. Desde finales de los años setenta se embarcó en series formal y materialmente muy diversas: dialogó con el Barroco, realizó exposiciones de carácter reflexivo como De la vida i la mort, la memòria, confrontó la figura humana en la serie El cos humà, exploró el mundo de Goethe, trabajó en mármol una sorprendente revisión de la escultura griega (la arcaica y la clásica), y terminó girando en torno a conjuntos de piezas en metal y en piedra de sesgo abiertamente metafórico.

En cuanto a las obras de la Colección Banco Santander, Generatriz 3 es una de las más tempranas muestras del tipo de escultura que Alfaro trabajó en la década de los setenta. Se trata de una construcción en donde destaca el contraste formal entre la sucesión de rectas y la curvatura resultante. Su dimensión cinética se vincula al hecho evidente de que el espectador se encuentra con una figura abstracta totalmente diferente en función del punto de vista que va adoptando.

En Ulises en Rocafort se juega también con la multiplicidad de ángulos de visión. Pero aquí no nos hallamos ante una generatriz, sino ante una composición de rectas quebradas. Y, al contrario que en la obra antes comentada, ya el mismo título nos indica una variación de actitud: mientras que Generatriz 3 remite a la recuperación de la vanguardia histórica de signo constructivista, esta nos habla de un hecho simbólico (algo que sucedería en adelante con otras generatrices de Alfaro): Ulises vuelve a su patria, Ítaca… o bien a Rocafort (localidad cercana a Valencia en donde vivió Alfaro). Se trata de un retorno: de una reubicación del artista en su pueblo, en la experiencia colectiva.

Finalmente, Charlotte von Stein forma parte del ciclo De Goethe y nuestro tiempo, que desarrolló durante prácticamente toda la década de los ochenta. En este marco, en el que prosigue su permanente diálogo con los mayores logros de la historia de la cultura humanística, la aparición de Charlotte responde a su convicción de que fue esta la mujer más importante en la vida de Goethe. Al mismo personaje dedicaría otras esculturas en hierro y en acero inoxidable. La figura adquiere unos rasgos algo fantásticos: una especie de rostro abstracto, sugestivamente inclinado, sobre un cuello y una porción de cuerpo, un torso sensualmente redondeado. [Vicente Jarque]