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José Gutiérrez Solana (Madrid, 1886-1945)

Barros mexicanos

Hacia 1930-1932

INFORMACIÓN DE LA OBRA

Óleo sobre lienzo, 116 x 159 cm

OTRA INFORMACIÓN

Firmado en el ángulo inferior derecho: «J. Solana»

Como continuador y defensor de la Escuela Española de Pintura, José Gutiérrez Solana en la plenitud de su carrera, ejecuta gran número de naturalezas muertas, que desvelan el mundo inanimado que rodea su vida. Un mundo poblado de tallas, maniquíes, figuras de cera, presentes en su obra desde los inicios, pero que ahora surgen más luminosos, cobrando protagonismo, despejados de su tinte popular, convertidos casi en imagen de culto.

En los bodegones recrea los seres inanimados de su entorno que muestra por primera vez en 1929, en las salas del Museo de Arte Moderno de Madrid, que en palabras del crítico Gil Fillol «…son magníficas síntesis del pensamiento de Solana»[1].

Estas pinturas se contraponen a sus escenas costumbristas, y a sus carnavales, en los que los objetos e incluso las personas, son interpretados desde la lejanía emocional. Es como si volviera la mirada hacia su entorno familiar, por lo que se percibe en ellas cierta delicadeza, incluso ternura, en esta evocación de recuerdos, que presenta con gran fuerza expresiva y con un tratamiento lumínico que rara vez encontramos en otras composiciones.

Estas figuras de barro, plagadas de detalles, que representan tipos populares mexicanos, formaban parte, sin duda, de su entorno cotidiano, y tienen su origen en la colección de ídolos y pequeñas imágenes que su padre atesoraba en su despacho, como recuerdo quizás, de su país de origen, donde transcurrió su infancia. A través de su representación, parece querer rendir un homenaje a su figura.

La escena, paralizada en el tiempo, permite una rápida lectura. La composición, armónicamente equilibrada, presenta a través de una perspectiva frontal de planos escalonados, imágenes bidimensionales que permiten intuir formas de bulto redondo.

Con esta obra Solana confirma que su estética, desde un punto de vista conceptual, permanece inalterada, aunque formalmente hay una gran transformación, especialmente en el uso del color.

Es un momento álgido en su proceso artístico, al que ha llegado a través de una lenta evolución, especialmente cromática, que se concreta en esta pintura llena de matices, más cercana al realismo que al naturalismo, en la que armoniza la gama de sus colores predilectos, amarillos manchados, ocres, marrones, sin abandonar esa atmósfera melancólica envolvente que personaliza su producción.

María José Salazar

 

[1] Fillol, Gil, Las naturalezas muertas de Solana. El Imparcial, Madrid, 8 de marzo de 1929