Si hay un colectivo de trabajadores humilde, ése es el de las recolectoras de ostras de los manglares de Gambia. Si una no tiene nada, pero verdaderamente nada, ni tierras, ni educación, ni recursos para marcharse a cualquier otra parte, siempre puede vadear las aguas grises de bajamar del Gambia, en busca de moluscos.
Estas mujeres recorren el río en pequeñas piraguas. Van revisando mangle por mangle, porque los moluscos se incrustan arracimados en sus raíces. Las mujeres arrancan las ostras de sus escondites bajo el mar, las cargan en pesados cestos hasta la orilla y, luego, sentadas en círculo, las abren junto al fuego. El calor resquebraja las conchas. Así pueden pelarlas, mientras están calientes. Al crepitar del fuego, las lascas saltan, muchas veces a las manos y la cara de estas mujeres. Como no llevan ni guantes ni gafas protectoras, les queman la piel de los brazos y del rostro. Muchas tienen cicatrices; algunas, graves lesiones oculares. A sus espaldas se van acumulando, las conchas vacías abandonadas al sol. Deben secarse durante un año para convertirse en material de pavimento. Casi todas las carreteras gambianas son restos pulidos de conchas secas.
Las ostras se venden en los márgenes de la autopista de Banjul, la capital, a Serrekunda, la ciudad más grande del país. Las mujeres paran a los conductores y les ofrecen su mercancía por unas monedas. Son el escalón más bajo de la sociedad gambiana.
Sin embargo, últimamente algunas cosas están cambiando para las mariscadoras del Gambia. Por ejemplo, están dejando de asar las ostras sobre el fuego. Mejor las hierven. Es más seguro. También empiezan a utilizar guantes, nuevos modelos de barcas y aparejos más modernos.
La responsable de estos cambios, entre muchos otros, es Fatou Janah Mboob, fundadora y promotora de TRY, una asociación que ha conseguido dar fuerza y visibilidad a las mariscadoras de Gambia.
Las recolectoras forman ahora un grupo organizado, son conscientes de su fortaleza como colectivo y pueden diseñar juntas soluciones eficaces para sus desafíos cotidianos. Porque ya nadie decide por ellas cuál es el siguiente paso que deben dar. Son ellas las que evalúan qué necesitan y cuáles son sus prioridades.
Las mariscadoras de TRY han organizado talleres, cursos y seminarios para mejorar su eficacia, para implementar procesos más higiénicos o para mejorar su cultura comercial y económica. TRY se ha involucrado en programas nacionales de género, ha participado en marchas femeninas y ha realizado su presentación oficial ante el Gabinete de Mujeres gambiano y la Oficina de Vicepresidencia, lo que le ha dado reconocimiento institucional y público.
Las recolectoras de ostras son conscientes de que falta aún mucho camino por recorrer y siguen marcándose nuevos objetivos profesionales. Su preocupación por el entorno y por la sostenibilidad les ha dado un importante reconocimiento público, y es que estas trabajadoras son prácticamente las únicas que faenan en el frágil ecosistema de los manglares gambianos (aproximadamente un 4 % del terreno nacional). TRY es un grupo de mujeres indisolublemente vinculado al medio ambiente. Las mariscadoras han trabajado desde siempre en este hábitat, lo han preservado, tienen una profunda comprensión de cómo ha evolucionado y de los riesgos que lo acechan.
Fatou está convencida de que el desarrollo del continente pasa por la movilización entusiasta de sus mujeres:
«Si ayudamos a la mujer, contribuimos al bienestar de sus hijos y, de ese modo, a dar mejores opciones a las generaciones futuras, mejoramos el porvenir de un país”.