Solana, al igual que gran parte de los artistas de su generación, hace del mundo de los toros uno de los elementos claves de su pintura. Desde sus inicios, en los años de formación en los que visita asiduamente el Museo del Prado, toma como modelo los excepcionales trabajos de Francisco de Goya, tanto sus pinturas como sus estampas de la tauromaquia.

En 1904 pinta El picador, siguiendo en cierto modo La suerte de varas, y en Las mulillas se inspira en El arrastre del toro, considerada entonces como obra original de Goya. Utiliza, al igual que el pintor aragonés, estas fiestas para mostrarnos la realidad de la España del momento, aunque las tauromaquias de Solana denotan un carácter más lugareño, carecen en todo momento del sentido crítico y de la alegría inherente a las de Goya.

Se desprende de la influencia de los maestros y evoluciona en su modo de mostrar la fiesta, de tal modo que crea una suerte propia de tauromaquia, como percibimos en sus escritos y en sus pinturas.

En este cuadro de 1936, El arrastre, se aprecia la influencia de Goya, concretamente en la representación de las mulillas, y nos muestra su contradictorio modo de ver las corridas de toros: la crueldad reflejada en los dos caballos tirando del toro muerto, frente al triunfo representado por ese torero pintado en brillantes tonos, capote en mano, que ocupa el primer plano de la composición.

Quietud y calma en una escena, paralizada en el tiempo, que nos hace pensar que Solana utilizó probablemente para su ejecución, como en otras ocasiones, una postal. La localidad de Albarracín, como fondo, toma protagonismo logrando con habilidad y maestría un gran equilibrio entre el paisaje y las figuras.

María José Salazar