Godofredo Ortega Muñoz (San Vicente de Alcántara, Badajoz, 1905 – Madrid, 1982)
Viñas
1967
INFORMACIÓN DE LA OBRA
Óleo sobre lienzo, 73 × 92 cm
OTRA INFORMACIÓN
Firmado en el ángulo inferior derecho: «Ortega Muñoz»
Godofredo Ortega Muñoz es una de las figuras más destacadas de la pintura de paisaje que, abandonada como referencia en otras latitudes, reverdeció sin embargo con fuerza en España tras el final de la Guerra Civil. Ortega Muñoz tuvo una trayectoria biográfica y artística mucho más cosmopolita que otros paisajistas de la época; no participó en las empresas de vanguardia casticista de la preguerra, sino que su dedicación al paisaje fue posterior aunque resultara muy decidida. De formación autodidacta, abandonó su San Vicente de Alcántara natal para establecerse en Madrid como pintor, haciendo de copista en el Museo de Reproducciones Artísticas. Con apenas 20 años viajó a París para después iniciar un periplo por el extranjero durante 15 años que le llevó a Europa, Asia Menor y Egipto, estableciéndose durante cinco años en Italia. Después de la Guerra Civil se instaló en su pueblo natal y en 1952 se trasladó a Madrid, obteniendo pronto sus primeros reconocimientos, como el Gran Premio de la Bienal Hispanoamericana de Arte de La Habana (1954).
Hasta mediados de los años cincuenta la figura está presente en su obra; si bien de su labor como retratista, dispersa por el mundo y principal objeto de su dedicación al arte durante años, apenas conocemos unos pocos ejemplos. En su Cabeza de mujer podemos apreciar la impronta de la pintura italiana del Trecento, de Giotto o Taddeo Gaddi, pero también de la escuela metafísica de Giorgio de Chirico o Mario Sironi. Asistimos a un proceso de reducción o simplificación de los rasgos individuales, las figuras son rotundas y de mirada ensimismada.
Desde mediados de los cincuenta su obra se centra en la interpretación del paisaje extremeño y castellano con gran sobriedad de color, siendo habitual la repetición de un mismo tema una y otra vez. Se trata de un paisaje creado, no de un paisaje copiado, que el artista contempla para después elaborarlo en el estudio y darle un sentido plástico. Se trata de un paisaje duro y adusto en el que se adivina la presencia del ser humano, con una gama cromática sobria y escueta, en el que existe una voluntad depuradora, casi ascética. Viñas es un buen ejemplo de esto. La obra fue realizada en un momento en el que Ortega Muñoz era ya un artista consagrado, al que le concedían la Sala de Honor en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1968. El celaje casi se confunde con el paisaje, el proceso de purificación y decantación de sus conceptos estéticos se lleva al extremo, de manera que esta pieza puede ser interpretada como un auténtico cuadro abstracto por lo que tiene de juego de espacios y masas de color. Eduardo Cirlot, uno de los principales teóricos del informalismo español, dijo que para él la de Ortega Muñoz era «la sólida propuesta de uno de los artistas españoles más sensitivos del momento que, además, había convertido la abstracción en algo no necesario». [Genoveva Tusell García]