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Peter Paul Rubens (Siegen, Alemania, 1577 – Amberes, Bélgica, 1640)

Michel Ophovius

Hacia 1625

INFORMACIÓN DE LA OBRA

Óleo sobre tabla, 44 × 36 cm

Aunque flamenco de origen, Peter Paul Rubens nació en Siegen, cerca de Colonia, durante el exilio de su padre, de confesión protestante. Desde muy niño conocería por lo tanto los problemas derivados de las guerras de religión que ahogaron económica y socialmente a los Países Bajos a finales del siglo XVI. Tras la muerte de su padre, la madre de Rubens abrazó de nuevo el catolicismo y regresó a Amberes, la ciudad natal de la familia. La exquisita formación recibida durante su niñez al servicio de diversas casas nobiliarias, procuró al joven Rubens una educación cortesana y cultural muy elevada, a la que se unió un excelso conocimiento artístico tras pasar por el taller de varios maestros flamencos como Tobias Verhaecht, Adam van Noort y Otto van Veen, quienes respectivamente le transmitieron el gusto por el paisaje, la figura humana y la antigüedad clásica. En 1601, siendo aún un joven e incipiente maestro, viajó a Italia, donde estudió a los grandes artistas del Renacimiento, completando además su amplio conocimiento de la cultura antigua.

Con tal bagaje, volvió a su tierra natal en 1609, entrando al servicio de los archiduques Alberto e Isabel, quienes como gobernadores de los Países Bajos llevaban a cabo una profunda reforma política, religiosa y estética de su territorio. En la segunda década del siglo, Rubens puso sus pinceles al servicio de la renovación artística y religiosa necesaria en la ciudad de Amberes, cuyas imágenes habían sido destruidas en diversas oleadas iconoclastas en las décadas anteriores. A partir de entonces, sus enormes e impactantes cuadros de altar decoraron las iglesias de la ciudad con un lenguaje grandioso y enérgico que rápidamente ganó fama, pues sus escenas suponían la más elocuente plasmación del dogma católico de manera bella y apabullante a la vez.

Más allá de la profunda devoción que emanaba de sus imágenes religiosas, su sensual y sabia mirada a la mitología, la exaltación de la naturaleza, la valiente captación de la figura humana, así como su capacidad para la transmisión de ideas a través de elegantes alegorías, hicieron que el conjunto de su obra fuera admirada y requerida por la mayoría de los poderosos grandes mecenas europeos de la época, siendo valorado internacionalmente como ningún otro artista del momento. A su gran éxito contribuyó también una innata capacidad en el trato cortesano –que le llevó incluso a ejercer como diplomático ante el rey de España Felipe IV– y, especialmente, una perfecta organización del trabajo. La creación de un amplio y eficaz taller, organizado a la perfección a través de multitud de discípulos, ayudantes y colaboradores funcionando a pleno rendimiento en su famosa casa de Amberes, fue clave para que desde cualquier rincón de Europa se rivalizara en utilizar sus servicios y en poseer sus obras.

Coleccionista y estudioso infatigable, de carácter culto y elegante, Rubens era capaz de expresarse perfectamente en varias lenguas, que utilizaba incluso para mantener correspondencia con muchos de los eruditos del momento, quienes disfrutaban de su conversación y amistad. Un ejemplo de este último aspecto lo supone el retrato del dominico Michel van Ophoven (1571-1637), llamado también Ophovius, según la costumbre de latinizar los apellidos. Desde sus cargos de obispo de Lovaina, inquisidor y consejero de la gobernadora Isabel, Ophovius utilizaba la misma elocuencia en sus escritos teológicos y políticos que Rubens plasmaba en sus lienzos. El retrato capta de manera sutil, pero efectiva, la inteligencia y astucia propias de la personalidad de Ophovius, delatando a la vez la fuerte relación del pintor con el teólogo. Ambos fueron pilares fundamentales para la renovación cultural que disfrutaron los Países Bajos españoles en los primeros años del siglo XVII. [José Juan Pérez Preciado]