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José Gutiérrez Solana (Madrid, 1886-1945)

La casa del arrabal (Las chicas del arrabal)

hacia 1934

INFORMACIÓN DE LA OBRA

Óleo sobre lienzo, 160 × 230 cm

OTRA INFORMACIÓN

Firmado en el ángulo inferior derecho: «J. Solana» Inscripción en negro al dorso, en el bastidor: «La casa del arrabal / José Solana»

Las mujeres que aparecen en esta obra, como todas las que pinta Solana, son rudas, no son hermosas, carecen de atractivo, son anónimas y solo se identifican por el trabajo que realizan, en contraposición con la imagen gallarda de gran parte de los personajes masculinos que pinta.

La difícil relación del pintor con lo femenino proviene de su propio mundo. Con una madre trastornada, enamorado y no correspondido, vivió siempre soltero en compañía de su hermano Manuel. Esta extraña visión de la mujer ha dado lugar a numerosos estudios, tanto de críticos como Sánchez Camargo o Rodríguez Alcalde, como de psiquiatras como el doctor López Ibor o el profesor Rof Carballo.

Solana sentía simpatía y admiración por las mujeres más desfavorecidas de la sociedad. Visitaba con frecuencia los prostíbulos de la calle Ruamenor, del arrabal santanderino, donde se encontraba una de estas famosas casas de citas que inmortaliza en la pintura de 1934 La casa del arrabal, de la que llega a realizar hasta cinco versiones con el mismo título, y que aparece en su obra literaria, en capítulos como “Las mancebías” o “La calle de Ceres”.

Tanto en sus escritos como en sus pinturas, Solana nos transporta a los ambientes sórdidos y miserables de los burdeles, donde las mujeres viven indiferentes su penosa vida. No son bellas, no son jóvenes, son simplemente anónimas “mujeres de la vida”. En sus cuerpos semidesnudos, en sus atuendos, incluso en esas medias de grandes rayas, podemos adivinar su profesión. En el centro de la composición, aparece la dueña de uno de estos prostíbulos, Claudia Alonso, mujer poco agraciada que también había llamado la atención de otros artistas como Francisco de Cossío o Moya del Pino, por su fuerte personalidad.

Solana utiliza los cuerpos y los atuendos, para imponer una rica y brillante paleta de rojos, verdes o azules, sirviéndose de los paños blancos para impregnar a toda la composición con una luz y una vida de la que carece la propia escena representada.

María José Salazar