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José Gutiérrez Solana (Madrid, 1886-1945)

El fin del mundo (El triunfo de la muerte)

hacia 1932

INFORMACIÓN DE LA OBRA

Óleo sobre lienzo, 148 × 232 cm

OTRA INFORMACIÓN

Firmado en el ángulo inferior izquierdo: «J. Solana» Inscripción al dorso, en el bastidor: «El fin del mundo. José G. Solana»

En El fin del mundo, Solana acomete una de sus obras más ambiciosas, no solo por el gran numero de figuras representadas, sino porque trata de reflejar el dramatismo de los personajes enfrentados a la muerte, al pecado y su posible castigo. Pueden contemplarse los pecados capitales, personificados especialmente en la lujuria y la avaricia, para los que según Solana no existe redención posible. Guarda esta pintura ciertas connotaciones con El triunfo de la muerte de Pieter Brueghel, el Viejo, pero es sobre todo una obra que nos permite admirar una vez más el sentido plástico del artista, la armonía de sus colores y su sentido compositivo, como si se tratara de la síntesis de su trabajo.

Solana consideraba esta obra como la más importante de su producción, escribiendo sobre ella: “[…] hojeando la crónica de Nuremberg, he visto un grabado en madera: Septima aetas mundi-Imago mortis-. Representa unos esqueletos que salen de sus tumbas y bailan una danza que les suenan todos los huesos, se desternillan de risa, y los pocos pelos que conservan se levantan al aire; uno toca un serpentón de pistón. Y en la tabla El triunfo de la muerte de Pieter Brueghel, el Viejo, me ha parecido ver esta semejanza con los pájaros fritos en el carro lleno de calaveras y esqueletos, arrastrado por un penco amarillo y enfermo […]”.

Este juicio final, sin divinidad, sin juez y sin salvación nos señala que la muerte es el final. Aglutina todos los elementos de forma abigarrada, tanto los próximos como los del fondo, dotándoles de un gran sentido dramático, como reflejan esas figuras descompuestas o retorcidas o el paisaje tormentoso con el que cierra la composición, algunos de cuyos elementos son recreación de los pintados con anterioridad en la marina que cierra la composición de El capitán mercante. Tan solo se detiene en las figuras de la aldeana o del viejo avaro, sumisos ante el fin.

Recrea una atmósfera lúgubre, trágica incluso, con abundancia de negros y pardos, mostrando el sentido trágico de la existencia, ese mundo solanesco en el que la muerte forma parte de la propia vida.

María José Salazar