/content/dam/fundacion-banco-santander/es/imagenes/cultura/arte/coleccion/obras/A-0705-CH_virgen_niña_dormida_media-1920.jpg != null ? bannerSimple.alt : true}

Francisco de Zurbarán (Fuente de Cantos, Badajoz, 1598 – Madrid, 1664)

Virgen niña dormida

hacia 1630-1635

INFORMACIÓN DE LA OBRA

Óleo sobre lienzo, 110 × 93 cm

Formado en Sevilla en el seno del taller del desconocido Pedro Díaz de Villanueva, Francisco de Zurbarán está asociado ineludiblemente a los encargos de las órdenes monásticas. La labor que tiene que desarrollar para pintar los grandes ciclos programáticos que le son encargados entre 1626 y 1630, como el del convento dominico de San Pablo, el de la Merced Calzada o el del colegio franciscano dedicado a la vida de san Buenaventura, le obligan a desplazarse desde Llerena (Extremadura), donde se estableció en 1617, a Sevilla con un taller perfectamente establecido, como se deduce de la documentación. Paralelamente también desarrolló un importante trabajo para la exportación al Nuevo Mundo, que hizo que su calidad descendiera notablemente en algunos encargos. Su colaboración en la decoración del Salón de Reinos del palacio del Buen Retiro por encargo del conde duque y su posterior trabajo para la cartuja de Jerez y el monasterio de Guadalupe marcaron lo más excelso de su carrera. Probablemente en su traslado definitivo a Madrid en 1658 haya que ver su deseo de intentar buscar nueva clientela ante la aparición de Murillo.

Virgen niña dormida es la primera versión que pintó Zurbarán de este tema que cobró fortuna por las otras dos interpretaciones autógrafas que se conservan, pintadas avanzada su carrera y con una mayor calidad si cabe al matizar y suavizar la entonación de los colores, como puede apreciarse en la conservada en colección privada de París y, con ciertas variantes, en la catedral de Jerez, que después de su reciente limpieza se ha revelado como la versión de mayor delicadeza, alcanzando cotas de auténtica excelencia y confirmando que incluso en su periodo tardío podía mejorar y sublimar sus propias composiciones de juventud. En las tres versiones la postura de la Virgen niña apoyada en la silla de enea es similar –solo varía el rostro durmiente con los ojos cerrados–, al igual que el libro en sus rodillas y el resplandor de querubines que rodean su cabeza creando una atmósfera íntima y proclive a la meditación interior. La restauración a la que fue sometida la versión de Banco Santander pudo desvelar la limpieza y rotundidad de los perfiles y volúmenes, y descubrir las características telas quebradas del primer Zurbarán que aparecen en algunas de las versiones del Taller de Nazareth, confirmando la sensibilidad y ojo de Pérez Sánchez, que fue quien primeramente defendió la originalidad de esta pintura situándola en los años de 1630-1635. Esta iconografía tan intimista hay que relacionarla con las visiones que tuvo sor María de Ágreda (1602-1655) comentando detalles de la vida de la Virgen: «su oración era continua, incluso dormida, porque el entendimiento no necesita que funcionen los sentidos», en alusión al Cantar de los Cantares «durmiendo yo, mi corazón velaba» (Cant 5, 2). La fuente para esta iconografía identificada por Delenda puede ser también la estampa Niño Jesús durmiendo de Anton Wierix, perteneciente a la serie El corazón humano conquistado por el Niño Jesús.

San Miguel arcángel es, sin embargo, el prototipo creado por Zurbarán que fue copiado tanto por su obrador como por otros artistas que trabajaron siguiendo sus modelos para exportarlos al Nuevo Mundo. Representa al príncipe de los arcángeles canónicos, por ser junto a Rafael y Gabriel «mensajeros principales y únicos reconocidos por la Iglesia, al ser intermediarios entre la divinidad y la humanidad y a cuyas órdenes se encontraban los ángeles». Va vestido como lo describe Francisco Pacheco en el Arte de la Pintura, «con armas romanas y coracinas», y porta en sus manos una espada flamígera con la inscripción «Quis sicvt devs» (¿Quién como Dios?), que corresponde a las palabras que según la tradición pronunció al expulsar a Lucifer en los infiernos. La relación que hay entre este tipo de obras y el teatro sagrado y los autos sacramentales queda de manifiesto en la pintura conservada en la catedral de Sevilla, donde se representa La procesión de la Virgen de los Reyes con colgaduras y donde aparecen ángeles y arcángeles que repiten este modelo. Tanto la espada flamígera como el escudo, casco y bordados del faldellín muestran la calidad sobresaliente de la pintura, que hay que considerar como el modelo príncipe del que partieron las demás.  [ Benito Navarrete ]