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Carl Andre (Quincy, Massachusetts, Estados Unidos, 1935)

Intrine

Posterior a 1987

INFORMACIÓN DE LA OBRA

Granito 45 × 16 × 15 cm (3 piezas)

Revolucionario de un nuevo concepto de escultura, Carl Andre empezó a trabajar cuando los grandes nombres en la escena estadounidense eran David Smith o, ya algo más superado, Alexander Calder. De inmediato, las primeras reacciones frente al expresionismo de la segunda posguerra mundial llegaron de la mano de propuestas como el arte pop, el land art y el minimalismo. Andre fue uno de los llamados a liderar esta última, aunque sus propuestas difirieran bastante de las de compañeros de aventura minimal como Donald Judd o Sol LeWitt.

En 1954 realizó una estancia por diversos países europeos. De este viaje casi iniciático, él siempre recuerda la huella que dejó en su espíritu el conjunto megalítico de Stonehenge, que en gran medida marcaría su propio rumbo como escultor. La integración en el espacio circundante, la capacidad autónoma de expresión de esas moles de piedra o el hallazgo de una geometría de formas irregulares fueron algunas de las pistas a seguir por él. Luego están, sus declaraciones de admiración hacia obras concretas como la Columna sin fin (1937-1938) del rumano Brancusi o hacia ismos como el constructivismo de Tatlin y Rodchenko, la influencia que como toda su generación recibió del ensayo Fenomenología de la percepción (1945) de Merleau-Ponty, el muy relevante hecho de que Andre fuera poeta antes que escultor.

Si he querido colocar –más o menos desordenadamente– toda esa colección de referentes artísticos e intelectuales es para remarcar el amplio espectro de su formación, primero, y de su producción plástica, después. Casi todo es posible en la escultura de Andre: cualquier material (madera, mármol, estaño, hierro, plomo, granito...) y cualquier forma y composición le han seducido desde que iniciara su actividad a comienzos de los años sesenta.

No obstante, el objetivo último de su reflexión no es proponer un lenguaje nuevo, un nuevo formalismo si se quiere, sino reunir las condiciones necesarias para producir una experiencia inédita en el espectador. Todos los sentidos están invitados en su arte, de ahí su explícita voluntad de que el público camine sobre sus obras, oyendo así el eco de las pisadas, o tocando y oliendo las superficies de las mismas. Por desgracia, la «institución arte» (el museo, la galería, la fundación) no piensa igual y nos ha privado de esas sensaciones en la mayoría de las ocasiones.

Son piezas, además, cuya intención no es limitarse a ocupar un espacio, sino a poseerlo y reconfigurarlo, dotándolo de un sentido nuevo; por eso, a menudo crea sus obras en función del lugar donde van a ser expuestas por primera vez.

Intrine nos habla con rotundidad de la pervivencia de algunos dogmas del minimal: los materiales han sido trabajados industrialmente en su forma y en su superficie, se ha producido la ocupación efectiva del espacio interior y, sobre todo, Andre sigue obstinado en alejarse de cualquier tentación de interpretación externa. Así, Intrine no cuenta ninguna historia, no se parece a nada previo, no simboliza nada, no sirve para nada… «solo» es un refugio para la mirada y para la percepción de quien siga buscando en el arte contemporáneo una guía para llegar a lo esencial de la existencia humana. [Javier Pérez Segura]